Hace unos días nos quedabamos sin la ya centeneraria Gloria Stuart, y en las últimas horas Sally Menke, montadora y una de las principales responsables del éxito de Quentin Tarantino, nos dejaba a sus 56 años de edad. Ayer los mass-media dedicaban imágenes, reportajes y obituarios a Tony Curtis, con más de 100 películas en su haber, que además de haber besado a Marilyn en el film de Billy Wilder conocido por todos, nos brindó con una de las interpretaciones más inquietantes que el cine jamás ha mostrado de un asesino en serie: El estrangulador de Boston (1968).
Sin embargo, permitidme que mi recuerdo vaya especialmente dedicado a uno de los más grandes cineastas que el cine norteamericano nos legó en la segunda mitad del siglo XX. Arthur Penn falleció el pasado 28 de septiembre en Manhattan dejando tras de sí, una de las filmografías más honestas y admirables del cine moderno . Hombre comprometido con la lucha de los derechos civiles, su cine fue siempre un peculiar dislate en el maquiavélico engranaje del todopoderoso Hollywood. Hace unos cuantos años la SEMINCI le brindó un homenaje en el que el cineasta estuvo presente. La modestia, el humor y la cercanía que dejó durante esos días todavía se recuerdan por el viejo harlem mesetario.
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