Otro de los cambios perceptibles en esta secuela fue su banda sonora. Curtis Mayfield no repitió a la hora de componer la música del film y en su lugar se optó por un grupo experimentado en sonidos completamente diferentes: Osibisa. Fundado en Londres en 1969, por músicos de orígenes diferentes(africanos y caribeños) a los que les unía el color, este excelente combo experimentó y fusionó sonidos del continente africano, música caribeña, ecos latinos, jazz, rock, rhythm&blues, funk, soul y realmente todo lo que se les pusiese por delante. Creadores para muchos del denominado World Music, Osibisa alcanzó gran popularidad en los años 70, influenciando con su propuesta musical a muchos músicos posteriores. El soundtrack de Superfly TNT opta por lo tanto por esta insólita fusión que ayuda a descolocar aún más a los seguidores de Youngblood Priest y del título original. El resultado, aún aceptando sus irregularidades, es plenamente satisfactorio aunque su integración en las imágenes del film no alcanzó las cotas de la obra anterior. No obstante, es una banda sonora que sorprende por su propuesta plenamente vanguardista de fusionar folk africano y soul-funk urbano, y que la diferencia claramente de otras columnas sonoras del periodo. Temas como T.N.T., Prophets o Kelele justifican plenamente su escucha.
Superfly T.N.T. ha quedado como una pequeña rareza dentro del cine afroamericano de los setenta. Su visión actual, aunque algo envejecida por el lógico paso del tiempo, sorprende por su condición de obra al margen de las habituales action movies del momento. De hecho, sus planos finales le dan una posibilidad de prolongación futura que desafortunadamente no tuvo lugar a corto plazo, y menos por la senda propuesta en este filme. No existen vibrantes escenas de acción, ni vistosos trajes con los que adecuar la filosofía super cool de muchas blaxploitation. Ron O´Neal le quiso dar un tono más intimista y profundo, que en pantalla cae muchas veces bajo el peso de la ingenuidad. Se podrá desprender de mis palabras un claro sesgo de ambigüedad, pero es el mejor calificativo que define a esta olvidada película. Sus pretensiones y ambiciones nunca están a la altura de sus modestos resultados.
Ron O´Neal y Sheila Frazier volvieron a encarnar los principales personajes de la película, aquí secundados por Roscoe Lee Browne, Robert Guillaume y el siempre extraño William Berger. Rodada entre Italia y Senegal, Superfly T.N.T. muestra en sus créditos abundantes nombres de técnicos italianos lo que no convierte al filme aunque pueda parecerlo en una explotation italiana de los típicos éxitos del momento.
O´Neal y Frazier se reunieron una vez más a finales de los 70 en The Hitter/El Camorrista, una de las últimas blaxploitation de los años setenta. Sin embargo, ninguno de los dos apareció en The Return of Superfly (1990), obra rodada directamente por el productor Sid Haig, aprovechando el boom del nuevo cine afroamericano de finales de los 80 y comienzos de los noventa. En esta ocasión, y tras 20 años de exilio en París, Youngblood Priest (encarnado aquí por el actor Nathan Purdee), regresaba a su barrio para vengar a su antiguo colega Eddie y enfrentarse a los nuevos señores de la droga. Una secuela solo recordada por suponer el regreso de Curtis Mayfield (justo antes de su trágico accidente) realizando para la ocasión una banda sonora en colaboración con Ice T. y otros nombres importantes de la escena hip hop del momento. Lo viejo y lo nuevo se dan la mano en esta insólita quimera musical.
Youngblood Priest vive en Roma, liberado de todo aquello que le tenía sometido y que estuvo a punto de acabar con él. Dispone de un apartamento de diseño y pasa el tiempo jugando al poker y paseando en coche con su novia por las calles de la capital italiana. Sin embargo, su vida carece de sentido. Vaga sin rumbo y busca encontrar un camino que de sentido a su huida y lógicamente a su propia vida. En una de las timbas tiene un encuentro con el Dr. Sonko, un diplomático de la ficticia nación africana Umbría, que está intentando conseguir dinero y armas para levantar una rebelión en su país que acabe de una vez por todas con el gobierno colonial blanco. Priest decide tomar partido y ayudará al citado político. Pero su acción tendrá consecuencias.
A la hora de devolver a las pantallas a Youngblood Priest, Sig Shore y Ron O´Neal optaron por un enfoque radicalmente distinto. Quizás las duras críticas recibidas por el film original calaron en sus responsables lo que les llevó a adoptar un giro radical pero hay que reconocer que la senda tomada para esta secuela no fue nada acomodaticia ni mucho menos esperada. Dos de las bazas que convirtieron a Superfly (1972) en un éxito no fueron utilizadas, algo que de alguna manera resintió el resultado final de esta continuación. La primera de ellas, la ausencia de Gordon Parks Jr. detrás de las cámaras, permitió a Ron O´Neal debutar como director. La impericia del actor en tales tareas queda demostrada en la arritmia narrativa de Superfly T.N.T. (1973) pero no hay que achacar al debutante que el resultado decepcionase en el momento de su estreno. El argumento propuesto para esta nueva aventura del ex-camello tocaba aspectos completamente ausentes en el film original. Quienes esperaban una nueva incursión de nuestro hombre más duro y supercool en el ghetto vieron sus esperanzas frustradas. El guión, a partir de un argumento de O´Neal y Shore, corrió a cargo del escritor Alex Haley (autor de Raíces y de una famosa biografía sobre Malcom X) y en ningún momento esconde su condición activa de obra militante. No nos encontramos ante una película política pero su sesgo ideológico es mucho más profundo que el de muchas obras del periodo dorado de la blaxploitation. En la película, se cita explícitamente al movimiento musulmán creado por Elijah Mohamed, un grupo de gran repercusión entre la comunidad afroamericana en los Estados Unidos, completamente ausente en el resto del mundo.
En Superfly T.N.T. se discute en determinados momentos, de una manera candorosamente ingenua, sobre los problemas político-sociales de la población afroamericana, la escasa repercusión de la acción de los líderes negros en USA y el paralelismo de esta situación con lo que acontecía en el continente africano. El tono es abiertamente didáctico y se busca una concienciación similar a la que encuentra Priest en el filme. África es vista como lugar de origen del pueblo negro, un paraíso perdido donde hay que buscar y encontrar la auténtica identidad de la población afroamericana. Esta idea es explicitada en Superfly T.N.T. con un montaje de imágenes que muestran la visita del protagonista a África y digámoslo ya el comienzo de su verdadero despertar. Un sonriente O´Neal se yuxtapone en pantalla con una serie de idílicas imágenes del día a día en la vida de los africanos. Es una secuencia que cumple un propósito similar al montaje fotográfico del negocio de la droga en la película original aunque su resultado es más rudimentario.
A su regreso a Roma, anuncia su nuevo nombre: Mustapha Priest. Esta radical toma de postura, es posteriormente acentuada con la captura y tortura a la que es sometido Priest por un grupo de soldados blancos. Una serie de escenas que lejos de explotar el elemento mórbido de las mismas tienen un claro aspecto crítico lo que desarma su propio contenido violento. Es llamativo que las escasas escenas de acción del filme opten por un tono abiertamente documental en lugar del esperado tono lúdico de otras propuestas. No hay nada que pueda parecer gratuito en esta extraña propuesta. La liberación final del personaje adquiere entidad simbólica, lo que otorga a Superfly T.N.T. un aspecto de obra no terminada, de extraño work-in-progress que le acerca a títulos como Sweet Sweetback Baaadasss Song. Estamos, por lo que se puede apreciar, más cerca de la experimentación que de un producto comercial al uso. La audiencia por ello no respondió y Priest desapareció rápidamente de las plateas.
Si por algo es fundamentalmente recordado hoy Superfly, no es ni por su resbaladiza temática sobre el mundo de la droga ni por la estética documental que desprende determinados momentos de la película, sino por su estupenda banda sonora que corrió a cargo del excepcional Curtis Mayfield. Posiblemente nos encontremos con la obra cumbre del black music setentero, una hermosa composición, descriptiva, lírica, trágica, romántica, comprometida y sugerente. Estamos ante un soundtrack que empapa el celuloide rodado por Gordon Parks, Jr. y que dota de más sentido a la historia que se nos cuenta. El jazz y el blues que antaño poblaban las sonoridades de los bares del barrio han sido sustituidos por genuino soul que cuestiona en todo momento las acciones de sus protagonistas y el papel de la droga dentro de la comunidad negra. Es una banda sonora elegante, medida y que rehuye por otro lado los maravillosos excesos orquestales de Isaac Hayes en Shaft. Temas como Pusherman, Freddie´s dead, Give me your love, Superfly o el memorable No thing on me situan perfectamente el contenido último de las imágenes del film y echan por tierra las acusaciones a las que se vio sometida en su momento la película. Curtis Mayfield construyó su columna sonora como un sutil comentario de algunos problemas evidentes que acuciaban los barrios de población negra y en sus letras se desprende un mensaje nada airado pero contundente sobre dicha situación. Los melómanos pueden disfrutar además de la presencia de Mayfield y su banda en una escena de la película utilizada por Parks, Jr. como particular homenaje al compositor.
A pesar de su aspecto amateur, Superfly es una de las mejores blaxploitation de los 70. Gordon Parks, Jr. demuestra su experiencia anterior como fotógrafo y logra capturar con gran precisión el ritmo de la calle. Su valía se demuestra especialmente en la resolución de algunos momentos claves del film como el montaje fotográfico que revela la distribución de la droga o la manera de mostrar sin ningún tapujo la escena de sexo espumoso entre Priest y su novia. Argumentalmente la historia era muy limitada pero las 3 o 4 sentencias que manejan sus protagonistas a lo largo del metraje resuenan perfectamente una vez visionado el film. El éxito de los primeros pases comerciales hizo que Warner Bros comprase rápidamente la película para distribuirla logrando un enorme éxito (la recaudación superó los 18 millones de dólares) y contraatacando así ante el éxito de MGM con Shaft.
Sin embargo este éxito se vió ensombrecido con todo tipo de durísimas criticas. Uno de los productores que no logró hacerse con los derechos de la película denunció públicamente la obra alegando que Superfly explotaba a los negros, acuñando así según algunos historiadores el término Blaxploitation. Además, organizaciones como Black Against Narcotic Genocide y figuras públicas como el actor Ossie Davis acusaron al film de glorificar a los narcotraficantes y el uso de las drogas.
Superfly fue protagonizada por Ron O´Neal, un actor de sólida formación teatral que participó en muy pocas blaxploitations (Superfly T.N.T., Brothers, El camorrista) a pesar del éxito cosechado en su primera aventura como Youngblood Priest. Según comentaba el actor lo único que le ofrecían en ese momento eran papeles de camello o similares, de ahí su vuelta al teatro a mediados de los 70, regresando al cine y a la TV en los años ochenta. Se da la curiosidad que el actor fue descartado como protagonista de Shaft por no ser suficientemente negro (sic).
Gordon Parks, Jr. tuvo una corta trayectoria cinematográfica truncada por un trágico accidente en Kenya en 1979. Sorprendentemente no dirigió la secuela de Superfly, y el resto de su filmografía la compone Los demoledores (1974) primera reunión del black-pack , el extraño western criminal Thomasine & Bushrod (1974) escrito y protagonizado por el cult-actor Max Julien, y el romance interracial al ritmo de José Feliciano Aaron Loves Angela (1975).
En plena euforia blaxploiter y tras el éxito global de Las noches rojas de Harlem, surgió una película de bajo presupuesto que no solo le hizo sombra en su respuesta popular sino que supuso además un punto y aparte en el cine afroamericano de los setenta: Superfly (1972). Queda claro que un fenómeno como Sweet Sweetback´s Baaadasss Song, se movió por círculos independientes y movimientos underground muy acordes con su transgresora visión del choque racial que desde los suburbios se tenía de la población negra. La película de Melvin Van Peebles abrió un camino seguido por muy pocos cineastas negros de entonces. Lo normal o habitual, era facturar rápidas películas de género, en su mayoría funcionales thrillers policíacos, con ramalazos críticos y evidentes toques sociales para contentar al público de color que, no nos engañemos, era el público originariamente destinatario de estas producciones. El nuevo héroe negro imponía su ley a sangre y fuego a ambos lados de la ley, pero siempre dentro de un orden más o menos establecido (como siempre ha sucedido en géneros tan delicados en interpretaciones sociopolíticas como el western o el cine negro). El viejo Hollywood no se manchaba las manos con estas obras, ya tenían a su actor negro oficial para contentar a la mayoría WASP;en todo caso compraban o distribuían estas películas (financiadas generalmente por productoras pequeñas familiarizadas con el cine de explotación) y en ocasiones, creaban compañías fantasmas para financiar alguna de estas producciones evitando así hacerlo de manera directa. Aunque los tiempos estaban cambiando, el Hollywood capitalista seguía teniendo sus prejuicios aunque el color del dinero siempre ha sido el interés prioritario de las Majors. No obstante, las operaciones matemáticas en el mundo del cine a veces no son exactas.
Youngblood Priest (Ron O´Neal) es un camello supercool con diversos negocios que vive muy bien en su barrio: tiene pasta, drogas, un gran coche, sabe defenderse, dispone de varias casas, chicas….Sin embargo, su vida está vacía y planea huir a toda costa. Para ello planea un último gran golpe con su socio Eddie: conseguir 30 kilos de coca, cortarla y conseguir un millón de pavos a dividir entre dos para poder retirarse con su novia. Sin embargo, las cosas nunca son fáciles y en su camino tendrá que enfrentarse a militantes negros, policías corruptos, mafiosos y alguna traición entre sus filas.
Superfly (1972) surgió de la nada. Rodada en condiciones complejas, con limitaciones presupuestarias de todo tipo, la película se comenzó a rodar sin tener la financiación completamente cerrada lo que obligó a su director Gordon Parks Jr. ha suspender el rodaje en varias ocasiones. Los 150.000 dólares que costó la película (otras fuentes elevan esa cifra a 300.000) fueron puestos por un par de dentistas de color y el propio padre del director, responsable no lo olvidemos de los dos primeros Shaft. De la producción se ocupó Sig Shore (algo que repitió en las dos posteriores secuelas), que en la película llegó a interpretar al corrupto comisario Riordan. Además, Superfly se realizó en zonas muy marginales controladas por bandas con las que hubo que pactar en más de una ocasión, llegándose al caso de que uno de estos hampones (K.C.) aparece en el film prácticamente interpretándose a si mismo.
Estas condiciones potenciaron el tono documental de la película cuyo aspecto descarnado en su visión de los barrios negros molestó a muchos miembros de la sociedad afroamericana. La droga es el verdadero motor económico del ghetto y los intentos por cambiar la situación de movimientos militantes negros son criticados en el film por ser considerados mera parafernalia pseudopolítica. El negro que vive en los suburbios es doblemente esclavo tanto por su dependencia a la enfermedad como por no combatir al sistema blanco que los domina. Evidentemente, Youngblood Priest no lucha por su gente ni por el bien del barrio. Es un antihéroe individualista que su única esperanza es escapar de la cárcel urbana en la que le ha sumergido la sociedad. Superfly es ante todo una historia de redención personal en un ambiente oscuro y casi infernal. La glorificación al consumo aparentemente mostrada en el film (y que fue criticada posteriormente por su propio protagonista) en un excelente montaje de fotos fijas supone un magnífico documento de cómo funcionaba el negocio en los suburbios negros. Aunque nunca aparece citado en el film, en Younblood Priest hay algunos ecos de traficantes conocidos a posteriori como Frank Lucas o Nicky Burns, huella reconocible especialmente en el film de Ridley ScottAmerican Gangster (2007).