





El Dr. Henry Pride comparte su trabajo en una pequeña clínica del barrio de Watts con sus investigaciones sobre la cirrosis. El medico pretende crear un suero que logre combatir a la terrible enfermedad, que una vez a cabo con su madre. Sin embargo, la formula resultante no traerá los frutos previstos y al experimentarla en si mismo el Dr. Henry Pride se convertirá en un violento ser albino que provocará la muerte y el terror en el barrio angelino.
Hay una serie de aspectos que hacen muy agradable el visionado de está insólita incursión en los terrenos de Jekyll & Hyde. Su director, William Crain, evita en todo momento aplicar a la historia un poso romántico lo que la aleja de su seminal Blácula. Además, el claro tono pop de su obra vampírica es sustituido aquí por dosis de realismo y claras connotaciones sociales. Comparte con su anterior film de terror una lógica actualización de los personajes clásicos del fantástico. El evidente mensaje antidroga y sus consecuencias no se oculta en ningún momento aunque tampoco se recalca. Hyde se sigue moviendo por los bajos fondos y sus víctimas pertenecen a un club de alterne de la zona. Aunque muchas de las muertes suceden en off, la sensación de terror urbano es palpable y la inevitable investigación policial no entorpece el desarrollo de la película.Que el campo de acción de la criatura sea la zona de Watts (aspecto nada irrelevante) o que el apellido del médico sea Pride son detalles que tampoco deben pasar desapercidos.
Dr. Black, Mr. Hyde (1976) fue en origen una idea del propio Lawrence Woolner posteriormente escrita por el guionista Larry Lebron, que sepamos su único crédito en una película. El filme fue ofrecido en principio a William Crain, que aunque no estaba muy convencido de repetir en el Black Horror acabó finalmente aceptando la propuesta. William Marshall rechazó el papel principal, aceptándolo en su lugar el gran Bernie Casey, a condición de que la película la dirigiese su amigo William Crain (ambos se conocían desde la secundaria). En la fotografía nos encontramos al prestigioso Tak Fujimoto y el maquillaje del monstruo corrió a cargo del joven Stan Winston, que resolvió los problemas con los que se encontró Zoltan Elek. La película fue un negocio redondo. Costo menos de 800.000 $ y recaudó 10 millones de dólares, teniendo un reestreno en 1979, bajo el título The Watts Monster.
Uno de los puntos fuertes es la interpretación de Casey, serena y física cuando lo exige la situación pero sumamente acertada. Su Hyde albino (detalle nada gratuito) acaba pareciendo un extraño socio del Hulk gris marveliano pero en ningún momento se esconde su condición de bestia descontrolada. Quedémonos, por lo tanto, con su curioso desenlace en las Torres Watts (escenario posteriormente reutilizado en Ricochet) de connotaciones clásicas (toca citar evidentemente a King Kong) y el ambiente oscuro y desasosegante que se va adueñando progresivamente del relato. Se puede decir que en esta ocasión Crain a pesar de sus limitaciones estuvo más acertado que en Dracula Negro.
Dr. Black, Mr. Hyde no es la única ocasión en la que el mítico personaje de Stevenson ha mudado de piel. Hace tres años Tony Todd protagonizó una nueva y actualizada versión del mito, The strange case of Dr. Jekyll & Mr. Hyde (2006, John Carl Buechler) y el indomable Abel Ferrara prepara su propia versión con Forrest Whitaker y 50 Cent.
Ya hemos citado en alguna otra ocasión que la gran suministradora de Black Horror fue
Sugar Hill (1974) también conocida como The zombies of Sugar Hill y Voodoo Girl, es uno de los títulos más populares y recordados de esos años. Nos encontramos ante una exótica película de venganza en cuya disparatada trama se mezcla vudú, zombis, hampones, policías y una superblack woman de armas tomar. La película fue dirigida por Paul Maslansly, productor relacionado con el cine de terror (Il castello dei morti vivi, La sorella di Satana,
El esquema utilizado no difiere de las habituales vengeance movies de la década sin embargo en el método de exterminio se introduce una curiosa variante fantástica. Diana “Sugar” Hill hace un pacto con el mítico Barón Samedi para acabar con la vida de los criminales que asesinaron a su novio. El Señor de los Muertos ofrece un ejército de zombis haitianos, que armados con machetes, irán eliminando uno a uno, a los citados criminales.
Realmente, estamos ante una película claramente desaprovechada pero con algunos momentos ciertamente reseñables. Como sucede con otras variantes terroríficas en el black cinema setentero, el filme mezcla con desigual fortuna horror y thriller policiaco, quizas desconfiando de su pontencial efectividad como obra terrorífica. Paul Maslansky se conforma con acumular los asesinatos salpicándolos con algún elemento irónico mientras la policía investiga el caso con caras extrañadas y pocos resultados. Los diálogos tienden a la hilaridad y las virtuales apariciones zombies son resueltas con aburrida atonía, perdiendo la oportunidad de desarrollar una auténtica película negra de muertos vivientes. De hecho, la trama policíaca en ningún momento queda bien vertebrada con los aspectos fantásticos del relato.
Puestos a disfrutar con algo de este extravagante desaguisado, habría que reseñar a un alucinado Don Pedro Colley como un Barón Samedi pre-Freddy Krugger (más cercano a los habituales pimps que a un auténtico señor de los cementerios), el despliegue de modelitos de la atractiva Marki Bey, las insólitas apariciones de la hechicera Mama Maitresse, la espantosa pelea entre Sugar Hill vs Celeste (o sea, Vengadora negra contra Puta blanca),la primera aparición zombie en una apartada zona pantanosa, el entretenido y ciertamente efectivo desenlace o el pegadizo superhit “Supernatural voodoo woman” interpretado por The Originals, gentileza del sello Motown.
El papel villanesco es interpretado por el finado Robert Quarry, un actor que mereció mejor suerte y mejores roles, y que aquí aporta su porte y elegancia a un personaje que no lo merece. Una pena, porque sus apariciones en el díptico Yorga, en la secuela de Phibes y en la reivindicable Madhouse, debieron ser mejor aprovechados por una compañía como
Un detalle para terminar. La actriz Marki Bey tuvo poca relevancia en el cine afroamericano aunque su aparición en Sugar Hill es una de las más recordadas dentro del periodo. Ese mismo año coprotagonizará Hangup/Superdude desconocida blaxploitation que cerró la carrera cinematográfica del gran Henry Hathaway y se la puede encontrar en un par de películas anteriores dirigidas por Arthur Marks: Gabriella (1972) y The Roommates (1973). Posteriormente pasó a
Siguiendo con la operación de cambio de color de piel en algunos de los grandes monstruos clásicos de la mitología del fantástico,
La doctora Winifred Walker vuelve a L.A. tras doctorarse y acude a ver a su viejo maestro el Dr. Stein, uno de esos entrañables científicos locos, con el fin de que pueda ayudar a su prometido Eddie, el cual perdió brazos y piernas durante su estancia en Vietnam. Al parecer, el Dr. Stein ha creado una formula especial a base de ADN que permite la reincorporación de miembros aunque estos pertenezcan a diferentes donantes. Sin embargo, Malcolm el asistente del médico celoso por su amor no correspondido por Winnifred saboteará el proyecto, lo que convertirá a Eddie en un monstruo sediento de sangre.
Blackenstein es una de esas curiosidades cinematográficas única y exclusivamente disfrutable por los degustadores de los subsuelos cinematográficos. Para hacernos una idea: como si nos encontráramos ante una obra del finado Al Adamson con evidentes elementos sacados de una producción Monogram y de indudable encanto camp. El guión, obra de Frank R. Saletri (productor del simpático embolado) está trufado de momentos gore, escenas pseudorománticas, alegatos antirracistas, speech cómicos, actuaciones musicales, investigación policial, situaciones propias de culebrón, asesinatos a ritmo tortuga, algún que otro experimento fallido, y afortunadamente mucho humor involuntario. Espejo del despropósito es su innenarrable banda sonora donde excelentes temas blues a cargo de Cardella Di Milo chocan irremediablemente con una variopinta selección de música enlatada.
El monstruo, al que simple y llanamente tendremos que llamar Eddie (¿alguien sabe por que demonios llamaron a la película Blackenstein?) es uno de los más patéticos, entrañables y divertidos que se recuerdan. Ver sus embestidas asesinas ante victimas de la talla de la psicotrónica Liz Renay o deambular torpemente entre decorados, calles y escenarios abandonados provoca en el espectador más curtido una irremediable y singular empatía. Su interpretación a base de gruñidos y cara de palo no mejora irremediablemente la del conjunto de actores, exceptuando lógicamente a los veteranos John Hart y Andrea King, pero al menos resulta más simpática.
Otro de los puntos fuertes de la película es el singular laboratorio, toda una joya para los aficionados al mobiliario con lucecitas, en cuya elaboración se utilizaron algunos objetos del clásico decorado del Frankenstein de James Whale. De hecho, Ken Strickfaden, responsable de algunos FX del film del citado clásico de la Universal, participa en cometidos similares en la película. El citado laboratorio está alojado en la misteriosa mansión del Dr. Stein, situada en Beverly Hills, donde repentinamente estallan estruendosas tormentas, dignas de algún lejano lugar montañoso perdido en Austria o Transilvania.. Blackenstein fue dirigida y montada por William A. Levey, un cineasta curtido en todo tipo de irresponsabilidades filmicas: Erotic Encounters of the Fourth Kind, Slumber Party´57, The Happy Hooker goes to Washington, Skatetown USA, Hellgate…Habrá que seguirle la pista.